Pasaron los años, el dios griego me mandó a decir que me esperaba en un café, no nos habíamos visto después que por mí descubrió la traición de su mujer, ese día había llovido, cuando llegué al lugar de la cita, él casi se arrodilló y me limpió los zapatos, uno de los hombres que estaban hablando con él, le preguntó, ¿fulano, por qué haces eso? Él le respondió, porque Morella se lo merece, yo le vi los ojos desorbitados, eso me asombró porque a Judas también se los vi asi, desorbitados.
Aquel día para nuestra cita me vestí con un vestido de flores azules pequeñitas, mangas largas, cuello como de una camisa, entallado con unos bolsillos grandes, unos zapatos altos azules, nos encontramos, él bebió un café, me abrió la puerta de su carro, rodamos unos minutos, llegamos a una casa, entré a un cuarto, me senté en una cama, él se paro frente a mí, fue desabrochando los botones que venía desde el cuello hasta la cintura, lo colocó con sumo cuidado en una silla, se desnudó sin hablar, juntamos nuestros cuerpos, me vistió y nos regresamos al café, abrí la puerta del carro, me bajé, no lo vi, pero su alma iba a mi lado, la mía a su lado, no sé tal vez.

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