Jamás quiso llegar el desengaño, ni el olvido a mi corazón, aquella tarde tus manos desahojaron dos rosas blancas, con ellas las estrujaste en mis brazos, mi espalda y de tus dedos salía arpegios entre olas espumusas de ternura, después entendí que esas caricias quedaron latentes en mí.
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