Camino por las calles solitarias de mi país, abandonadas, porque me detengo, como que retuviera las riendas de un caballo que podría galopar, a donde quiera ir, la capital está envuelta en penumbra, que tristeza que el anticristo nos invadió sin luchar, los ignorantes se rindieron ante él, con sus cerebros gangrenados con el resentimiento. Cielo, cielo hasta cuándo esté desastre.

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