Miraba por la ventana al silencio de la noche, en la pequeña alcoba donde leía, con el hambre pegada de los huesos, aterida, oía a las señoras citándose con sus amantes, en la ventana jamas comenté con nadie, ni me asomé a verlas. Vi la maldad cara a cara con unos pobres inocentes por el delito de no tener madre. Por eso no creo en nadie, me dieron a libar hiel y veneno, pero yo busqué a el que me salvo y habló directamente con el dueño del Circo.
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