Meciéndome en la hamaca me sentí mareada y me acosté, al rato salí, la
neblina cubría todo, sentí mucho frio, me regresé, caminé entre los
pinos, vi una senda que se iba ensanchándose, vi que había arboles
cargados de frutas, en eso siento que me tocan un tobillo, bajo la
mirada, es una rata anciana con una bata de casa que me dice:
—Niña, ¿qué haces por aquí.
—Busco los cerros de chocolates —respondí.
—Siéntate en esa mecedora mientras me cambio de ropa y llamo a mi nieta —respondió.
Me quedé meciéndome, al rato aparecieron la nieta, muy elegante con un
vestido rojo entallado, unos zapatos negros y un sombrero y la abuela
con un vestido negro.
Me dijo:
—Mira qué linda es mi nieta.
—Sí así debe haber sido usted —respondí, ella vio al cielo y me respondió.
—Yo era una muñeca, pero los años se ríen de todo, bueno vámonos.
Empezamos a caminar al lados de nosotras van dos gallinas hablando una le dice a la otra
—Chica, no me preocupo por la pollita que llegó, porque yo tengo lo mío también. —La otra le respondió:—En vez de una pollita debieron traer un
gallito. —Y se rió, cruzaron, las seguí con mi mirada, sus vestidos
estampados, bonitos, pero los zapatos de una de ellas, ¡qué belleza! De
cristal con una rosa en los tacones, yo sueño con unos así, mi tía trajo
unos así del extranjero.
La nieta me dijo: —Ya vamos a llegar a los
cerros para que comas bastante chocolate. ¿Tu mama sabe que saliste?
Porque yo no puedo salir sola.
Le respondí:
—Mi madre cree que estoy durmiendo.
Me dijo:
—Mira los cerros. —Y corrimos, me senté a comer, cuando me cansé, me dijeron:
—Vamos al rio a lavarnos la boca porque nos llenamos toda la cara de chocolate.
El rio con sus aguas tibias me devolvía mi imagen, pensé, «qué linda
soy» recordé a un vecinito que me dice que tengo la cara como una
manzanita.
El rio me dijo: —Me llevo tu imagen grabada en mis aguas.
Mis amigas corrieron a los arboles, yo aún estaba sentada a la orilla
del rio, me levanté y corrí a dónde estaban ellas, las ardillas desde
sus casas nos bajaron las frutas en una cesta agarrada de unos mecates.
De repente salió un caballo gritando: —Sálganse que en los cerros de
chocolate se despertó el volcán.
El caballo me agarró por la cintura, me montó y yo gritando —AY Y MIS AMIGAS.—NO VEO, NO VEO —gritaba el caballo,
volteó la cabeza, me dijo: —Niña quitate la bufanda de la cara. —Hija,
tienes una pesadilla despierta estas gritando. —Ay mamá, tuve que
correr. —Hija, cuando vayas a dormir quitate esa bufanda, te puedes
morir en un sueño.

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